El Papa Francisco conoció al padre Mario Pantaleo, un afamado sacerdote sanador que trabajó en González Catán (partido de La Matanza). “Esta anécdota no la puse en el libro porque es igual a muchas otras. En los años setenta Bergoglio acompañó a un jesuita que había caído en una profunda depresión a ver al padre Mario. Pantaleo le impuso las manos y luego le dio, a Bergoglio, un diagnóstico totalmente certero”, recordó la periodista y escritora Silvina Premat.
“El Papa me dijo claramente 'no hay duda de que fue un hombre de Dios'. Esta fue su opinión personal brindada a término de una audiencia en la plaza del Vaticano, no la opinión de la Iglesia”, aclaró. Hoy la figura del padre Mario Pantaleo está en proceso de canonización. En noviembre de 2021 el Vaticano autorizó que comience la causa de beatificación. Desde ese momento es considerado Siervo de Dios, una de las instancias anteriores a ser reconocido como santo.
En ese camino se deben probar dos milagros obtenidos por su intercesión después de su muerte; la cual ocurrió en 1992. Además, es necesario comprobar que vivió heroicamente la virtudes cristianas de la fe, la esperanza y el amor”, explicó la autora de “Padre Mario. Una vida marcada por el don de curar” (Sello B. Ed. Penguin Random House).
Hasta ahora solo había obras incompletas sobre su vida. “Si bien existían algunas biografías, había algunos baches en su historia. Hablando con amigos y gente muy cercana a su figura, nos dimos cuenta de que faltaban revisar muchos documentos. Eso me interesó mucho. Algunas personas hasta dudaban si él había sido ordenado como sacerdote”, recordó.
Así, la periodista Silvina Premat se puso al hombro la tarea de revisar estos archivos y viajó hasta la ciudad de Pistoia (Italia), en donde, en 1915, nació el Padre Mario. “Empecé con la investigación en 2014. Si bien para entonces las autoridades de la Iglesia ya admitían que Pantaleo había tenido capacidades extraordinarias había quienes hablaban en términos ambiguos sobre la relación que él mantuvo con su mano derecha en la obra de González Catán, Perla Gallardo. Escuché algunas homilías grabadas y me interesó su manera de hablar y cómo presentaba el Evangelio”, rememoró.
Entrevista
-¿Cuáles son los hechos que se destacan en esta biografía?
- Esta biografía aporta mucho sobre su formación previa en Italia, período sobre el que se conocía muy poco. Allí también sufrió mucho el asma y vivió varios cambios de seminarios. Él estudió, por ejemplo, en el Seminario de Salerno que tuvo que cerrar por la guerra y él debió volver con su familia que se había mudado desde el Norte al extremo Sur de Italia, a un pueblo cerca de Matera. El Arzobispo de esa diócesis armó un “seminario de guerra” en la residencia episcopal y contrató profesores para los seminaristas que habían quedado sin seminario. Mario estudió sus últimas materias en ese “seminario de guerra” y fue ordenado allí, en Matera, el 3 de diciembre de 1944. Cuatro años después vino a la Argentina. Otra novedad es cómo vivió él, internamente, esa capacidad extraordinaria que tenía de ver, diagnosticar y curar o aliviar las dolencias ajenas. Pude acceder a los documentos de la Iglesia en las diócesis italianas y argentinas donde estuvo como Buenos Aires y Rosario - porque él vivió en Santa Fe durante casi ocho años. Consulté cartas que él enviaba respondiendo a las preguntas que pedía el Obispo porteño e informes en los que se lo acusaba de practicar ilegalmente la medicina dado que la Iglesia misma comenzó a investigar su trabajo.
-¿Qué fue lo que más llamó tu atención en todo este recorrido por la vida del sacerdote?
-Hablé con muchas personas que lo conocieron y fueron curadas. Personalmente siento que es una persona que alumbra y deslumbra al mismo tiempo. Especialmente en un mundo de tanta confusión donde no se sabe bien qué está bien y qué está mal, qué hace bien y qué no. El padre Mario deslumbró con estas capacidades extraordinarias que él mismo no podía explicar, pero que reconocía que las tenía y de las cuáles no podía escapar, digamos. Él sufrió mucho por tener esta capacidad, por la incomprensión que le que le generaba en sus pares, dentro de la Iglesia que era lo que más amaba. En un momento incluso pensó irse de la Argentina y dejar de atender enfermos porque no quería generar problemas en la Iglesia. En aquel momento había muchos farsantes, “manosantas” que decían que curaban pero no lo hacían. Finalmente él aceptó su don y se puso a investigar para intentar entender lo que a él le pasaba. Estudió computación, tenía una de las primeras computadoras que llegaron a la Argentina, y se encontró varias veces con una experta en radiaciones. Era un hombre de vanguardia. Santiago de Estrada, ex embajador ante la Santa Sede, me dijo que, en su opinión, padre Mario vislumbró lo que después sería la tomografía computada. De Estrada mantuvo muchos diálogos con Pantaleo en los que éste le contó lo que quería hacer con la computadora: quería llevar a ejes cartesianos los “líquidos de colores” o fluidos que él veía en el cuerpo de la persona enferma para que se pudieran graficar. Después el padre Mario se enferma y no puede seguir con estas investigaciones, pero era una persona muy intuitiva e inteligente.
- Dijiste antes que Pantaleo es una figura que deslumbra y que alumbra y explicaste lo primero, pero ¿por qué “alumbra”?
- Sí, deslumbra por sus dones extraordinarios y alumbra por cómo vivió esos dones. Por su fortaleza, su convicción, su buen humor y hasta por sus contradicciones. El repetía que era sólo una guitarra; que el guitarrero era Dios. Entonces, deslumbra por lo que Dios hacía a través suyo, y alumbra por cómo vivía su condición humana.
- En el libro se menciona su última aparición en TV, pocos meses antes de morir. Es un diálogo con Fanny Mandelbaum durante una marcha en reclamo de justicia por el asesinato de un joven, en González Catán. Entrevistaste a Fanny, ¿qué significó para ella ese último contacto?
- Son unos pocos pero valiosísimos minutos, que se pueden encontrar en YouTube, donde él dice que su misión es estar con el pobre y el necesitado. Fanny le pregunta cómo poner un poco de bondad en el corazón de los que están ciegos y él le responde que eso “es muy difícil, que todos estamos programados. Hay quien sigue la programación que ha recibido y están aquellos que no siguen la programación que han recibido”. Cuarenta años después Fanny dijo que siempre se quedó preguntando qué habría querido el padre Mario decir con eso.
-Vos arriesgás una respuesta. ¿Nos la recordás?
- Pocos saben sobre la tarea filosófica del padre Mario y los ensayos que escribió. En el anexo del libro abordo este aspecto. Leyendo esos ensayos filosóficos obtuve lo que puede ser una respuesta a su afirmación de que “todos estamos programados” y que algunos siguen esa programación y otros no. Él dice que cada persona tiene inscrito en su corazón el sendero que tiene que seguir para llegar a ser feliz, pero que muchas veces uno se aleja de ese camino y se queda solo, se introduce en un desierto donde sólo ve su reflejo, donde impera el individualismo y ya no espera nada. Y afirma que salir de ese desierto es muy difícil, pero no imposible. Salir de ese desierto, dice, “significa encontrarnos con Dios, con su palabra y con la certeza de que él ha escuchado la nuestra”.